Nicolás Laino
Quisiera plasmar por escrito algunos interrogantes que me ha suscitado la lectura del interesante artículo de opinión publicado por el Prof. Martín Farrell el 3 de junio del pasado año en diario La Nación y que hemos tenido la dicha de poder compartir en este espacio de discusión.
Si se me permite esta acotada síntesis, el Dr. Farrell plantea al comienzo una distinción entre el llamado retribucionismo penal, tributario de las ideas kantianas, por un lado, y el denominado utilitarismo penal, herencia de los desarrollos de J. Bentham, por el otro. Ambos compartirían el hecho de que resistirían exitosamente el escrutinio del sentido común.
A partir de allí el distinguido colega construye un interesante hilo discursivo donde, tras criticar las posturas abolicionistas de Bazelon y Tolstoi, concluye en que deberíamos resignarnos a las cárceles ―procurando que sean mejores que las de la Rusia de Tolstoi― pues cualquier otra solución alternativa ―la pena de muerte, los tormentos o los azotes― resultarían contrarios al derecho internacional e inconstitucionales.
Luego transporta su argumentación al debate actual sobre la inseguridad en Argentina, frente a la cual existirían a groso modo dos grandes posturas: las que él denomina duras y las blandas. Ambas serían )o deberían ser) conciliables pues en tanto las primeras responderían al corto plazo, las segundas se ocuparían del mediano plazo. Concluye el Prof. Farrell su comentario postulando claramente la necesidad de ambas posiciones para combatir la inseguridad, cada una en el tiempo que le corresponde, como el propio sentido común lo indica (sic.). En vez de adueñarse los partidarios de las primeras (duras) de la sensatez, y los de las segundas (blandas) de la sensibilidad, deberían comprender que ambas virtudes son necesarias para reducir la inseguridad.
Pues bien, en primer término podría decir que coincido con el Dr. Farrell en que sensatez y sensibilidad son dos virtudes necesarias para encontrar alguna solución al tema de la inseguridad. Sin embargo, nuestras mayores diferencias pasarán ―creo yo― al momento de decidir a quién o a quiénes atribuimos la posesión de una y otra virtud.
Y es en tal sentido que, si bien podríamos coincidir en oponer con fines metodológicos y explicativos esas dos grandes posturas frente al tema de la inseguridad (duras vs. blandas), lo que sí me parece a todas luces inadecuado es la oposición que efectúa Farrell entre “sensatos” y “sensibles”. No me parece correcto afirmar que mientras que “los duros” invocan la sensatez, “los blandos” se adueñan de la sensibilidad, no porque estos últimos no sean sensibles, sino porque me parece erróneo decir que los primeros sean sensatos.
Me parece que incurrimos en un grave cuanto inadmisible reduccionismo cuando sostenemos que “los blandos” ―por seguir empleando la oposición formulada por el distinguido profesor― propondrían simple y sencillamente medidas para reducir la pobreza y extender la educación, concentrándose en las causas del delito. Esto no es cierto y creo que aquí sí sería necesario, al menos, distinguir, pues me parece que las posturas blandas no necesariamente se ubican en el contexto de un análisis etiológico de la criminalidad o, al menos, no es esa mi postura a pesar de considerarme un férreo opositor de “los duros”, esto para quienes esperaban que me sincere y tome ya no tácita sino expresa y manifiestamente partido por una de ellas.
Y digo que no es correcto pues las que Farrell llama posturas blandas son algo mucho más complejo que ello: lo que hacemos ―al menos en mi caso desde una llamada (bien o mal) Criminología Crítica― es asumir justamente lo contrario al paradigma positivista (causal-explicativo) y concentrarnos en el denominado paradigma del control o de la definición, donde lo que interesa no son justamente las causas del delito, sino los denominados procesos de criminalización, tal como lo elaboraran los teóricos del labelling approach hace ya unas cuantas décadas. Lo que importará, pues, no son tanto las causas, sino más bien ―y antes― el estudio de los procesos por los cuales ciertas conductas ―con exclusión de otras mucho más nocivas para el cuerpo social― son definidas en un sentido criminalizante y perseguidas selectivamente por la herramienta punitiva estatal.
No voy a negar que la profundización de las políticas de redistribución de riquezas, el engrosamiento del estado social y de las políticas benefactoras sean un factor relevante en nuestros planteos; no obstante ello, me parece ―reitero― que es cuando menos reduccionista pretender que los blandos seamos eso y nada más que eso. Las posturas son mucho más complejas y acá sí ―a diferencia de la concesión que formulo al aceptar que dividamos y unifiquemos las visiones en esos dos grandes grupos― creo que resulta necesario distinguir y ser mucho más precisos, pues de otro modo corremos el grave riesgo de aplicar calificativos ―como, por ejemplo, el de “insensatas”― a posturas que acaso no lo sean. Y, también, quizá, estemos otorgando la calidad de “sensatas” a posturas que tampoco, acaso, sean tales.
Esto último puede deberse, tal vez, a un mal empleo del término sensato, que por definición es “el que muestra buen juicio, prudencia y madurez en sus actos y decisiones”. ¿Podemos decir que las posturas “duras”, concentrándose en la represión y proponiendo medidas como reducción de edad de punibilidad y limitación de excarcelaciones, a lo que podríamos agregar incremento desmesurado de las penas, que tuvieron una efectiva e indiscutida aplicación en nuestro país cuando emergió la “ola de inseguridad” hace casi una década, han resultado posturas “sensatas”, “prudentes”, “demostrativas de buen juicio” o “maduras”? ¿Podemos afirmar que el panpenalismo que las posiciones duras sostuvieron como la panacea para el auge de la criminalidad haya sido sensato cuando su resultado no fue más que exacerbar la brecha entre pobres y ricos, convertir a nuestras prisiones ―más que en ningún otro momento― en depósitos de indigentes y ello sin ningún resultado visible ni concreto en resolver el problema que pretendidamente venían a combatir que era el de la inseguridad?
Creo que la respuesta a las preguntas anteriores aparece como algo más que evidente, y entonces me cuesta ver en qué punto las posturas duras podrán encarnar en sí mismas, como pretende el autor, la imagen de la sensatez. Otra cosa muy diferente es que pueda resultar entendible ―que sí lo es― que alguien que ha perdido un ser querido producto de un hecho delictivo o que ha sido afectado él mismo a raíz de un delito, exija medidas espasmódicas para combatir la inseguridad. Pero que sea entendible no significa que sea sensato, pues para ser esto último debería satisfacer el estándar del bueno juicio, la prudencia y la madurez que, reitero, por experiencia los “manoduristas” han demostrado no serlo, al moverse en un sentido contrafáctico proponiendo más y más penas, menos excarcelaciones y más punición, cuando su remedio demostraba no estar teniendo ninguna implicancia o efectividad frente a la inseguridad que venían a combatir sino tan sólo un notorio incremento de la población carcelaria, y con ello de las penas y tratos inhumanos y degradantes como producto del hacinamiento en comisarías y cárceles. La “sensatez”, luego de diez años de su implementación, debería haber llevado a rever sus posiciones y pensar en una posición alternativa ante el fracaso de una postura probadamente ineficaz y producto de un ingenuo ―aunque en algunos casos mal intencionado― pensamiento mágico.
En consecuencia, y para evitar que esta réplica se haga más tediosa de lo que ya ha de por sí resultado, me resisto a aceptar que se pueda calificar de insensata una solución “blanda” frente a la inseguridad y, por oposición, sensata una postura “dura”, calificación que ―en gran medida― resulta a mi modo de ver producto de una simplificación excesiva al exponer las ideas de las posturas que el Prof. Farrell llama blandas, y de una inadecuada ponderación de aquellas que llama duras, las que muy difícilmente ―a la luz de sus efectos devastadores sobre nuestro sistema penal y su nula utilidad para hacer frente a la inseguridad que pretendió combatir― podrían calificarse como sensatas.
En fin, me resisto a creer que una posición dura, en el sentido que el Dr. Farrell parece concebirla, pueda resultar, ni siquiera aun en el corto plazo, una postura sensata frente a la inseguridad.
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