Hace siete años el gobierno argentino se
comprometió a reformar las normas de la administración del presupuesto de la
Secretaría de Inteligencia, con el fin de hacerla susceptible de una razonable
rendición de cuentas. Se trata de uno de los puntos acordados con los
familiares de las víctimas de la AMIA ante la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos.
Néstor Kirchner refrendó ese acuerdo mediante
el decreto 821/2005. Cristina Fernández de Kirchner, como legisladora, había
sido en años previos una miembro muy activa de la comisión parlamentaria de
seguimiento de las investigaciones de los atentados. Sin embargo, hasta el
momento, ese compromiso no ha sido honrado.
La falta de control sobre estos fondos
permitió que el juez que instruyó la causa AMIA y las autoridades de la
entonces Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE), dispusieran de fondos
ilimitados para pagar declaraciones y financiar inverosímiles operaciones.
Estas maniobras cubrieron de ilegitimidad la instrucción de la causa, y así lo
entendió el Tribunal Oral Nº 3, al poner de manifiesto que las acusaciones
contra los imputados por ser la "conexión local" se habían basado en
irregularidades judiciales, pagos de declaraciones y otras aplicaciones
ilegales de fondos de la SIDE. El ex presidente Menem y el ex secretario
Anzorreguy se encuentran bajo investigación judicial por estos hechos, entre
otros funcionarios.
Una larga lista de desvíos de fondos de
inteligencia, más allá del caso AMIA, hace necesario establecer mecanismos de
control político de las erogaciones secretas. Las coimas pagadas para obtener
el voto de senadores para la reforma de la legislación laboral en 2000 también
tuvieron ese origen. Investigaciones periodísticas y judiciales fundaron sospechas
y colectaron evidencias de pagos ilegales a periodistas, jueces y funcionarios
públicos. Se encontraron evidencias de sobresueldos y "cadenas de la
felicidad".
La falta de mecanismos efectivos de
seguimiento de las actividades de inteligencia hace de éstos, de hecho,
actividades no sujetas a la ley, dada la falta de rendición de cuentas tanto
ante el Congreso como, eventualmente, ante un juez. Así, si se paga una coima o
se financia una actividad ilegal con fondos de inteligencia, es imposible de
comprobar, a menos que aparezca un Pontaquarto. No solamente es un problema de
detección de corrupción. Tampoco es posible controlar actividades legales, por
ejemplo, la calidad y eficiencia del gasto aplicado a actividades de
inteligencia para la seguridad nacional. En un país que sufrió dos atentados
terroristas, esto es una falta de supervisión institucional inaceptable.
Las fuentes de esta imposibilidad de
control son tres. Una es la abdicación del Poder Legislativo respecto de sus
deberes de control, previstos en la ley de inteligencia (Nº 25.520 de 2001). La
otra es una limitación de esta ley, que al no prever mecanismos de registro y
rendición de cuentas de los gastos, permite que los fondos se administren con
total discrecionalidad. La ley prevé el funcionamiento de una comisión
bicameral que se ha reunido escasas veces, no ha producido ninguna actividad de
control relevante, al menos de conocimiento público, aunque llegó a recibir un
presupuesto cercano a los cuatro millones de pesos, algo que ninguna otra
comisión parlamentaria ha tenido. Al mismo tiempo, no hay en la ley previsión
alguna de un sistema de registro de la ejecución presupuestaria de la
Secretaría de Inteligencia. Si un juez o la comisión bicameral efectivamente
requirieran datos sobre el modo en que se gastan los más de quinientos millones
de pesos que administra, no tendrían modo de estar seguros de que los datos que
reciben tienen algún respaldo. El control externo depende de la buena voluntad
del controlado. Ahí la tercera limitación, la falta de voluntad del Poder
Ejecutivo. Ninguna presidencia de la democracia ha tenido voluntad de ceder
espacios a los otros poderes en el control de estas actividades.
Algunos diputados, como Marcela Rodríguez
y Manuel Garrido, en sucesivas oportunidades presentaron proyectos basados en
las propuestas para establecer controles efectivos, a partir de ideas que
presentara en repetidas ocasiones desde hace más de diez años la Oficina
Anticorrupción. Que el Congreso debatiera ese proyecto sería un gran avance, el
funcionamiento efectivo de la Comisión Bicameral de Control de Organismos y
Actividades de Inteligencia, bajo las condiciones de la ley actual, un primer
paso adelante.
Hernán Charosky
*Profesor de la Universidad de Palermo. Ex
director ejecutivo de Poder Ciudadano.
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